asia,
hikkaduwa,
museo de fotos del tsunami,
narigama,
rio madu,
safari,
sri lanka,
tsunami honganji vihara
Hikkaduwa, parte I
24.7.18
Como os conté en uno de los primeros posts que
escribí acerca de Sri Lanka (Visitando Colombo, parte I), en mi primer día
conocí a un sri lankés, Harsha, que me mostró la capital del país, y me mantuve
en contacto con el durante todo el viaje. Cuando supo que me aproximaba a
Hikkaduwa, otro lugar costero bastante popular entre los turistas y locales, me
invitó a pasar una semana en casa de su familia. Esto se convirtió en una de
las mejores experiencias que he tenido viajando, me pude acercar más a la cultura
de Sri Lanka y me quedé fascinada por la hospitalidad de su pueblo.
Me recibieron con los brazos abiertos y a pesar de la
dificultad que teníamos para comunicarnos, ya que ninguno hablaba inglés a
excepción de mi amigo Harsha, pasé unos días increíbles. Tras dejar mi equipaje
en la casa y conocer a gran parte de los vecinos (les encanta acercarse a los
viajeros), nos dirigimos a la playa de
Narigama, un arenal contiguo al de Hikkaduwa
pero bastante más tranquilo. Ambos son buenos lugares para todo aquel que desee
aprender a hacer surf y disfrutar de un buen día. ¿La diferencia? La cantidad
de gente y chiringuitos playeros. Y si os gusta bucear, aquí se encuentra una
de las mejores escuelas del país, la International
Diving School, con sede también en Nilaveli,
Trincomalee. La apertura de ambas depende de la temporada de lluvias.
Playa de Narigama y Hikkaduwa
Pero Harsha no sólo tenia ganas de enseñarme sus
maravillosas playas, también quería que conociese el área y un poco de la
historia que este país ha vivido, de su religión y de sus costumbres. En consecuencia, cogimos su moto y me llevó a
ver las inmediaciones. La primera parada
que hicimos fue la estatua del Buddha
Gigante, conocida como ‘Tsunami
Honganji Vihara’ y dedicada a las víctimas del tsunami que azotó el sudeste
asiático en 2004. Me contó que todo ese área quedó destrozado tras el fuerte
oleaje provocado por el terremoto submarino que se desencadenó ese 26 de
diciembre acabando con la vida de aproximadamente 288.000, y varios miles de
desaparecidos.
Aunque yo tenía 12 años recuerdo muy bien ese día,
tanto me impresionó que aún me acuerdo de lo que estaba haciendo cuando salió
la primera noticia del tsunami. Para profundizar un poco más en el tema y tras
las innumerables preguntas que hice a Harsha, pusimos rumbo al Museo de Fotos del Tsunami. Recomiendo
ir ahí a todas aquellas personas que viajen a Sri Lanka, el segundo país más
afectado por esta gran ola, sólo por detrás de Indonesia, que dejó 50.000
muertos en la isla. No es un museo convencional, está hecho por los sri
lankeses que vivieron este desastre natural, lo que le hace ser aún más
especial. En sus paredes se pueden ver fotos de cómo quedó el área, cómo lo
vivieron los supervivientes, objetos que se encontraron después y pinturas que
plasman las vivencias de los más jóvenes.
Estatua del Buddha Gigante
Museo de Fotos del Tsunami
Para quitar el mal cuerpo después de ver el museo,
Harsha me invitó a dar un paseo por el río
Madu, algo que sinceramente no recomiendo ya que quedamos bastante
descontentos al ser el típico lugar para sacar dinero a los turistas. Aún así
os comparto como fue el recorrido por si estuvieses interesados. El tour tiene
varias paradas, y en la mayoría de ellas hay que pagar un plus. En la primera
te llevan a un estanque lleno de peces para meter los pies y quitar las
impurezas, yo decidí no hacerlo. Posteriormente se para en una isla donde se
produce la mayor parte de la canela del
país, ahí te explican el proceso de producción y venden diferentes artículos
relacionados con esta especia. Al finalizar la explicación hay que dar una
propina casi obligatoria al guía, pero creo que merece la pena ya que Sri Lanka
es el principal país exportador de canela y por tanto no está de más conocer un
poco sobre la misma.
Después, el barco nos llevó hasta un templo a orillas
del río, donde pudimos conocer a uno de los monjes budistas que habitan en él.
Hasta ahí todo bien, el descontento llegó cuando tras darnos una pequeña charla
acerca del budismo y colocarnos una ‘pulsera de la suerte’, el monje esperaba
que le dejásemos una propina bastante elevada que además había que apuntar en
un libro de visitas junto con el nombre, el país de procedencia y la cifra
entregada. Aún así, y sacando el lado bueno de las cosas, pudimos disfrutar de
un gran atardecer por los manglares del río Madu. Si os ha gustado, podéis acercaros
a orillas del mismo y preguntar a las diferentes empresas de turismo por el
precio, que normalmente ronda los 25 USD, bastante caro para lo que es.
Río Madu
Sistemas para el cultivo de gambas
Té de canela
Templo a orillas del río Madu
Atardecer en la orilla del río Madu
0 comentarios