Otra de las cosas que tuve la suerte de poder hacer
al estar en compañía de un local, Harsha, fue la de asistir a una ceremonia en un templo
budista cerca de Hikkaduwa. Nos levantamos pronto, volvimos a coger la moto
y me llevó a uno de los lugares de culto que más ha frecuentado a lo largo de
su vida. Al llegar, me comentó que teníamos que acercarnos a una tienda para
comprar una cesta en la que van colocando frutas y flores a modo de ofrenda.
Las hay de distintos tamaños y según él me comentó, esto me daría suerte en la
vida por lo que no quería que me fuese de su país sin realizar la ceremonia.
Como todos sabréis para entrar a los templos hay que
cubrirse los hombros y las piernas, sé que es algo lógico pero que muchas veces
se nos olvida (por lo menos yo nunca me acuerdo de llevar mi propio sarong, la
falda que cubre las extremidades inferiores). Al entrar, Harsha me dio unos
palitos incienso y me explicó que tenía que quemarlos todos al mismo tiempo
para después encender una vela con ellos. En el budismo, este acto se
interpreta como el vehículo que lleva nuestras buenas intenciones al cielo y
vincula lo humano con lo finito, lo infinito, lo efímero y lo duradero. El uso
del incienso es debido a que su olor alcanza largas distancias y con ello
nuestros buenos pensamientos y acciones pueden expandirse para beneficiar a
otros seres.
Al mismo tiempo que la gente iba entrando al recinto
y quemando su incienso, un grupo vestido con los trajes típicos sri lankeses
tocaba el tambor y bailaba hasta pasados diez minutos. Después todos fueron
entrando al templo y dejando sus ofrendas para ser bendecidas. Una vez habiendo
recibido la bendición, todas las frutas y flores se iban compartiendo con las
distintas personas allí presentes, algo que me puso los pelos de punta al
parecerme un gesto muy bonito.
Collares de ofrenda
Preparando mi cesta
Mis flores
Mi cesta
Otro templo cercano al que fuí
Pero no sólo tuve la fortuna de presenciar esto. Mi
amigo me contó que gran parte de los hombres de su familia se dedicaban a la pesca del atún y que si me apetecía
podía ir con su primo Lahiru para ver como lo hacían. No me lo pensé dos veces,
vinieron a buscarme sobre las cinco de la tarde, me llevaron al puerto y bajo
las miradas de todos los pescadores, nunca hay mujeres, emprendimos la
aventura. Harsha, el único que hablaba inglés, decidió quedarse en Hikkaduwa así
que podéis imaginaros lo divertido que fue para hacerme entender. Yo sola en un
grupo de aproximadamente diez hombres… pero cuando hay ganas de conocer a la
gente y sus costumbres, siempre florece algo que yo llamo lenguaje universal y
que es algo especial e inexplicable.
Los barcos que utilizan son una especie de
catamaranes, bastante más pequeños, con unas redes enormes. Salen a alta mar y
siempre hay una persona encargada de ir lanzando la red a gran velocidad.
Cuando ya la han terminado de tirar, empiezan a subirse al mástil (donde iba yo
observando) para saltar al agua y hacer que los peces vayan en la dirección
indicada. De esta manera, cogen cientos y cientos de pescados, pero tienen que
ser muy meticulosos, ver donde están los bancos de peces y colocar la red en el
momento preciso. Además, a todo esto se le suma el anochecer, si no aprovechan
bien las ocasiones pueden volver a puerto con las manos vacías. Pero no fue el
caso y decidieron darme cuatro peces para llevar a casa de Harsha y cenar!!!
PD: sacar fotos era complicado porque el barco se movía demasiado y tenía que sujetarme al mástil para no caerme. Lo siento!
Arreglando una de las redes
Muchos de los barcos que salieron a pescar
La competencia
Lahiru, primo de Harsha y encargado de sostener la red
Recogiendo la captura
La recompensa para mí, además de la experiencia
Otra de las cosas que tuve la suerte de poder hacer al estar en compañía de un local, Harsha, fue la de asistir a una ceremonia...