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Mi llegada a Sri Lanka

7.1.18

Uno de los tantos tuktuks que cogí

Ahora que ya tenéis la información básica para entrar a Sri Lanka compartiré con vosotros mi experiencia. Mi vuelo llegaba a las 12 de la noche por lo que entre y una cosa y otra acabé saliendo del aeropuerto sobre la una. Por la cercanía, preferí quedarme a pasar la noche en Negombo, una pequeña ciudad playera próxima a la capital de Sri Lanka, Colombo. Había reservado una noche en el hostal Ripple Jay y desde ahí me ofrecieron un servicio de recogida que creí oportuno contratar al llegar de madrugada. Después caí en la cuenta de que habría sido más barato coger un Uber pero…¡ errores de novatos!

El hostal estaba bien, era una casa con dos habitaciones destinadas a alojar extranjeros. Pagué 1.400 rupias, lo que equivale a 7.50 euros, por dormir sola en un cuarto para seis personas. Estaba todo bastante nuevo y muy limpio ya que debía de llevar abierto muy poco tiempo. A la mañana siguiente me desperté pronto y salí a desayunar, ahí me di cuenta de que yo era la única clienta en el hostal. Mientras uno de los trabajadores me servía el desayuno decidí preguntarle acerca de Negombo y de cómo moverme hacia el siguiente destino. El chico era muy amable pero no hablaba inglés por lo que comunicarme con él fue bastante complicado.

Mi idea era quedarme a pasar el día allí, hablar con otros viajeros, planificar un poco mi ruta y descansar en la playa después del ajetreo de la jornada anterior. Sin embargo me encontré en un hostal en el que nadie hablaba inglés, a pesar de su simpatía;  en el que no había otros turistas; y además con una lluvia tan fuerte que el salir a la calle era misión imposible (esto fue debido al tifón que azotó Sri Lanka durante una semana y que por suerte estaba llegando a su fin).

Por todo esto, cambié de plan y aproveché un momento en el que la lluvia cesó para dirigirme a la estación de autobuses y tomar uno con dirección a Colombo. Estaba segura de que en los hostales de la capital iba a haber más gente con la que conversar y en vez de visitarla al final del viaje, como tenía pensado, podía empezar mi aventura por allí y así esperar a que el tifón se fuese.

Los autobuses públicos en Sri Lanka son muy baratos, lo más caro que llegué a pagar por trayecto fue un euro. Eso sí, montarte en ellos es todo un reto ya que apenas paran para que la gente se baje y se suba y suelen ir hasta la bandera. El camino de Negombo a Colombo es de una hora y la parada final es el mercado de Petta, uno de los sitios más caóticos de la urbe. Bajé ahí, con todo mi equipaje, y en ese momento decenas de personas empezaron a acercarse a mí con el objetivo de que me subiese en sus tuktuks, transporte srilankés por excelencia y reyes del timo.

Si en un autobús puedes recorrer distancias de entre 200 y 300 kilómetros pagando tan sólo un euro, en un tuktuk ya sólo por subirte te intentan cobrar hasta cinco. Yo iba tan cargada y con tantas ganas de llegar al hostal que me subí en el que más barato me lo dejó, otro error de novata. Los tuktuks en Colombo cuentan con taxímetro, a diferencia de otros lugares del país, por lo que puedes pedir al conductor que lo active y pagar diez veces menos de la cantidad que ellos dicen. Eso sí, muchas veces se niegan a llevarte y no te queda otra que negociar el precio.


Y llegué, por fin, al hostal Clock Inn, por el que pagué 1.800 rupias, 9.70 euros, dejé mis cosas en la habitación y salí a dar una vuelta por la ciudad. Este alojamiento está muy bien, el staff es súper simpático y los cuartos cuentan con taquillas con candado que nunca vienen mal para meter los objetos de valor. Además, incluye desayuno y la ubicación es buena.

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