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Bogotá: el barrio de la Candelaria

16.8.18


Como os dije en el anterior post, decidí empezar mi viaje por la capital: Bogotá. Allí me estaba esperando mi amigo Edu, quién vino a buscarme al aeropuerto y me acogió durante mi estancia en la ciudad. Sólo tengo buenas palabras para su familia, su novia Carolina y para él por haber hecho de mi tiempo en Bogotá algo inolvidable. Gracias, gracias, y más gracias. Esta urbe es de gran tamaño pero la mayoría de los viajeros suelen quedarse en la misma zona: La Candelaria, en pleno centro. Si os alojáis en uno de los cientos de hostels que hay en este barrio no tendréis que preocuparos mucho por coger el transporte público ya que casi todo puede ser visitado a pie.

Si por el contrario decidís moveros de un lado a otro de la ciudad, el transmilenio es la mejor opción. Se trata de un sistema de autobuses articulados que cuenta con sus propias vías de circulación por lo que se consigue evitar el tráfico que caracteriza a la capital colombiana. Eso sí, siempre están llenos de gente y por tanto hay que tener mucho cuidado con vuestras pertenencias. Aquí es conocido como el famoso arte del cosquilleo, que consiste en quitarte tu cartera, móvil o cualquier otro objeto de valor sin que os inmutéis.

Un simple empujoncito, un tocamiento lateral disimulado… estas personas saben cómo hacerlo así que no las desafiéis. Para no ponerlas a prueba lo mejor  es ‘no dar papaya’, frase típica colombiana. ¿Qué significa esto? No coloquéis vuestro móvil en el bolsillo que tan fácilmente puede ser abierto, no llevéis el bolso detrás y aun llevándolo al frente, estaos pendientes de él y muchas otras cosas de sentido común que a veces se nos olvidan. Ese (y la cantidad de gente que va en el transmilenio) es el único problema que te puedes encontrar al utilizar el transporte público, por todo lo demás podéis estar tranquilos: es seguro.

La Candelaria, donde ya os he comentado que están la mayoría de los hostels, es un barrio muy bohemio y punto dónde se fundó Bogotá en el año 1538. En consecuencia, alrededor del mismo se ubican casi todas las atracciones turísticas de la capital del país. Su estilo colonial, herencia de los españoles, se mezcla con el arte contemporáneo de los graffittis que inundan las paredes en todas y cada una de sus calles. Siempre suele estar lleno de jóvenes, tanto locales como extranjeros, pasando un buen rato al compás de la música de los artistas callejeros que cada día van allí y le dan a la Candelaria un toque aún más especial.

Su punto más neurálgico es la plazoleta del Chorro de Quevedo, donde antiguamente el zipa (gobernante) de los muiscas, pueblo indígena que ocupaba este área, observaba toda la sabana de Bogotá. Posteriormente, el padre agustino Quevedo instaló la fuente pública, cercana a la cual se construyó en el siglo XX la Ermita de San Miguel del Príncipe, que aún sigue en pie. Aquí, mi amigo Edu me hizo probar la chicha, una bebida alcohólica hecha con maíz, panela y agua, que tomaban los indígenas en las ceremonias. También me comentó que no es recomendable tomar mucho ya que no sólo la resaca es mala sino que produce algo de diarrea.

 Calles de la Candelaria















 Chorro de Quevedo con la Ermita de fondo


Si queréis conocer más acerca del arte urbano de la Candelaria podéis hacer el famoso Graffitti tour, en el cual los artistas os explicarán un poco más acerca de la historia de las pinturas que componen el barrio. Y si os gusta la fiesta este es uno de los mejores lugares para conocer la noche rola, como así se llama a lo que procede de Bogotá.




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