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Una ceremonia budista y una tarde de pesca en Sri Lanka

26.7.18


Otra de las cosas que tuve la suerte de poder hacer al estar en compañía de un local, Harsha, fue la de asistir a una ceremonia en un templo budista cerca de Hikkaduwa. Nos levantamos pronto, volvimos a coger la moto y me llevó a uno de los lugares de culto que más ha frecuentado a lo largo de su vida. Al llegar, me comentó que teníamos que acercarnos a una tienda para comprar una cesta en la que van colocando frutas y flores a modo de ofrenda. Las hay de distintos tamaños y según él me comentó, esto me daría suerte en la vida por lo que no quería que me fuese de su país sin realizar la ceremonia.

Como todos sabréis para entrar a los templos hay que cubrirse los hombros y las piernas, sé que es algo lógico pero que muchas veces se nos olvida (por lo menos yo nunca me acuerdo de llevar mi propio sarong, la falda que cubre las extremidades inferiores). Al entrar, Harsha me dio unos palitos incienso y me explicó que tenía que quemarlos todos al mismo tiempo para después encender una vela con ellos. En el budismo, este acto se interpreta como el vehículo que lleva nuestras buenas intenciones al cielo y vincula lo humano con lo finito, lo infinito, lo efímero y lo duradero. El uso del incienso es debido a que su olor alcanza largas distancias y con ello nuestros buenos pensamientos y acciones pueden expandirse para beneficiar a otros seres.

Al mismo tiempo que la gente iba entrando al recinto y quemando su incienso, un grupo vestido con los trajes típicos sri lankeses tocaba el tambor y bailaba hasta pasados diez minutos. Después todos fueron entrando al templo y dejando sus ofrendas para ser bendecidas. Una vez habiendo recibido la bendición, todas las frutas y flores se iban compartiendo con las distintas personas allí presentes, algo que me puso los pelos de punta al parecerme un gesto muy bonito.

 Collares de ofrenda
Preparando mi cesta
 Mis flores 
 Mi cesta











Otro templo cercano al que fuí

Pero no sólo tuve la fortuna de presenciar esto. Mi amigo me contó que gran parte de los hombres de su familia se dedicaban a la pesca del atún y que si me apetecía podía ir con su primo Lahiru para ver como lo hacían. No me lo pensé dos veces, vinieron a buscarme sobre las cinco de la tarde, me llevaron al puerto y bajo las miradas de todos los pescadores, nunca hay mujeres, emprendimos la aventura. Harsha, el único que hablaba inglés, decidió quedarse en Hikkaduwa así que podéis imaginaros lo divertido que fue para hacerme entender. Yo sola en un grupo de aproximadamente diez hombres… pero cuando hay ganas de conocer a la gente y sus costumbres, siempre florece algo que yo llamo lenguaje universal y que es algo especial e inexplicable.

Los barcos que utilizan son una especie de catamaranes, bastante más pequeños, con unas redes enormes. Salen a alta mar y siempre hay una persona encargada de ir lanzando la red a gran velocidad. Cuando ya la han terminado de tirar, empiezan a subirse al mástil (donde iba yo observando) para saltar al agua y hacer que los peces vayan en la dirección indicada. De esta manera, cogen cientos y cientos de pescados, pero tienen que ser muy meticulosos, ver donde están los bancos de peces y colocar la red en el momento preciso. Además, a todo esto se le suma el anochecer, si no aprovechan bien las ocasiones pueden volver a puerto con las manos vacías. Pero no fue el caso y decidieron darme cuatro peces para llevar a casa de Harsha y cenar!!!

PD: sacar fotos era complicado porque el barco se movía demasiado y tenía que sujetarme al mástil para no caerme. Lo siento!

 Arreglando una de las redes

 Muchos de los barcos que salieron a pescar
 La competencia

 Lahiru, primo de Harsha y encargado de sostener la red





 Recogiendo la captura



La recompensa para mí, además de la experiencia

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